Miradas desde el confinamiento, es una obra que reflexiona sobre la inminencia del presente, sobre el confinamiento, sobre una historia detenida, una vida quedada en suspenso o muchas veces perdida, sobre un futuro sin prisa para llegar o que nunca llega, pero, principalmente, sobre la persistencia del ser humano ante la adversidad.

Más allá de los símbolos, inherentes a la pandemia, de muerte, dolor y enfermedad e ignorando las alegorías a falsos optimismos, la obra se centra en una mirada resiliente que gravita, cuál péndulo, entre la incertidumbre y la esperanza, entre el caos y la reconstrucción, entre un ir y venir de días que parecen repetirse, y en los cuales, el tiempo se vuelve una percepción abstracta para la supervivencia. Y ahí, en el centro de ese movimiento pendular, la obra aguarda al espectador induciéndolo a mirar en su propio confinamiento y dentro de su frágil naturaleza humana.

En este gravitar dentro de la espesura del tiempo, conscientes de su efímera existencia y confinados al aislamiento Fabiola Troyo y Eduardo Ahumada parten de sus memorias y sus vivencias para la creación de la pieza. La figura central parte de una dualidad, no solo cromática sino física, en la cual el color del papel de soporte es contrario al material aplicado invirtiéndose entre una mitad y otra, pero al final, complementándose. Dos mitades que se integran armónicamente, obedeciendo a la intencionalidad de la obra y creadas en el aislamiento de cada uno de ellos, pero realizada en un mismo periodo de tiempo; ejecutando así, una danza a ciegas que logra dar como resultado un inocente, pero contundente, rostro de mirada expectante.

En contraste Troyo y Ahumada, usan el collage para complementar la obra, apropiándose de imágenes que parecen desprenderse del personaje central para albergarlas en la memoria del espectador, creando una narrativa visual de espacios públicos y privados con características que se originan en el imaginario propio de esta etapa de nuestra historia. Así, nos encontramos con ciudades que suponemos desiertas, espacios privados que parecen comunes a experiencias propias, espacios públicos donde creemos que nadie transita, imágenes que nos remiten a nuestra naturaleza humana y al tiempo, ese que hoy se mide por fracciones de resiliencia, esperanza y reinvención. Al final y después de todo, habremos de coincidir con Albert Camus: “todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”.

Emmanuel Razo, consultor de arte.